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Ahora mismo, Guadarrama, Madrid, Spain

27 de agosto de 2010

Una mañana cualquiera

   El despertador interrumpe con su insistente musiquilla, despertándonos a todos los habitantes de mi habitación. 
   La que más rápido reacciona es Michelle. A la par que me estiro para apagarlo, ella salta sobre mi pie y así comenzamos la jornada, ella cazando y yo disfrutando con su juego. Stan suele ponerse a resguardo de tanta actividad, y se tumba a mi lado, con la cabeza apoyada en la otra almohada. Pero su tranquilidad no dura; no puede durar porque según los primeros rayos de sol comienzan a trepar por mis paredes, por mi cama, por mis puzzles, Michelle decide que mi pie es muy aburrido y que se lo pasa mejor acechando a Stan y enzarzándose en una lucha a vida o muerte que acaba con los dos corriendo por toda la casa.
   Hora de levantarse. Ya pasaron entre quince y veinte minutos y el cielo está teñido de rosa en esta época del año. Yo tengo aún las legañas pegadas y Stan está harto de Michelle, así que bajamos a la calle a que nos de el aire. 
   Debe ser que me levanto antes que mis vecinos, porque Guadarrama está silenciosa, vacía de humanos pero llena de naturaleza. Mirlos, estorninos, cigüeñas (ahora no, pero haberlas haylas), milanos, cernícalos, vacas, gallinas... Gatos que nos miran indiferentes, perros con los que Stan quiere jugar o pelear, según sea el caso. A la vuelta del recorrido sí que nos vamos dando cuenta de que existen personas en el pueblo. Personas que se duchan, que se encienden la tele, que se preparan para ir a trabajar, que van con paso corto y apresurado a coger el bus. Pero mi persona favorita de mi paseo matutino es el panadero. O panadera, no lo sé. Cuando el viento es favorable, llega hasta nosotros el olor del pan recién horneado y de los bollos, inundándolo todo e invitando a un abundante desayuno.
   Otras mañanas, como la de hoy, la luna, tozuda en su competencia contra el sol, se mantiene desafiante en el cielo, iluminando con tanta intesidad que es imposible fijar la vista en ella. El resto de estrellas se desvanecen ante el poderío solar, pero ella, elegante y firme, no se deja amedrentar. Sabe que tiene las de perder, pero estoy segura que aún al mediodía, si alzo la cabeza, me la encontraré vigilando y esperando su momento para volver a triunfar.
   Me deleito con todas estas pequeñas cositas mientras sigo a Stan. Él decide si vamos para La Torre, si vamos para abajo o si vamos para el río. Yo me dejo llevar, porque esos minutos no son míos y no tengo derecho sobre ellos. Él lo sabe. Por eso va con ese paso tan decidido. Por eso va tan concentrado en sus cosas, en sus olores, en sus rastros, haciendo caso omiso de mi presencia. Huele acá, huele allá, marca aquel árbol, intenta comerse la comida que una señora le deja a los gatos callejeros (ahí sí que intervengo, que eso no es para él), ladra al señor de la esquina que está fumándose un cigarrillo mientras espera a alguien, se acerca cauteloso al husky y con más entusiasmo a la labrador; se tumba en el suelo, se revuelca en la hierba... Yo creo que a él también le gustan esos paseos. Pero es hora de volver a casa, me tengo que ir al curro. Reclamo el mando. Él, a regañadientes, me lo cede.
   Subimos y nos encontramos a Michelle, que está deseando que me meta en la ducha para meterse conmigo. O, cuando no toca ducha, que me lave los dientes para meterse en la pila y morder ese hilito de agua tan escurridizo. Como yo, se aburre rápido de las cosas, así que se sube a mi hombro para explorar la estantería de las toallas. Ahí la dejo, mientras me acerco a la habitación para coger el móvil y salir pitando. Debe ser que tengo dos gatas negras iguales, porque la Michelle que estaba sobre las toallas dos minutos atrás, está ahora en mi mesa del puzzle. Stan, ajeno a todo esto, está tumbado en la puerta de la cocina, esperando que le dé un queso de Burgos o una lata de atún para desayunar. Lo hago ya en un suspiro, cojo las llaves del coche y bajo corriendo las escaleras.
   La mañana, esa horita que comparto con mis animalejos, es el momento más feliz del día.

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