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Ahora mismo, Guadarrama, Madrid, Spain

26 de enero de 2009

Yincana para estudiar un finde en la UNED...

Estamos con el cerebro como para estas cosas, hombre, eso no se hace.
Ayer, domingo, abría la biblioteca del centro asociado de Las Rozas, y allá que nos fuimos a estudiar. Bueno, eso creía yo, porque la UNED tenía una yincana preparada para mí.
Yo, como siempre, llegué tempranísimo (media hora antes), y me disponía a tomar un tecito en la cafetería mientras esperaba que abriera la biblioteca. Jáh jáh, ilusa de mí.
No llovía todavía (aunque sí me había llovido por el camino, poniendo a prueba mi destreza para conducir a ciegas, dado que el lunes pasado le fundí el motor al limpiaparabrisas y hasta el miércoles no me lo arreglan. El truco de la patata, consistente en cortar un tubérculo por la mitad y pasárselo al cristal para que escurra el agua, funcionó durante 5 kilómetros. El viento y la lluvia lo lavaron en 2 minutos dejándome, otra vez, como si nada) cuando me acerqué a la puerta de entrada y un críptico mensaje ponía "Entrada al centro por la puerta de abajo, a la vuelta". Fin. A la vuelta. ¿Qué vuelta? Puerta de abajo. ¿Hay otra puerta para entrar? Como evidentemente la había, elegí un camino (hacia abajo, a mi derecha) y rodeé el edificio. Puertas había muchas. La de la cocina, la del cuarto de contadores, la del sistema de climatización, la de... La de nada más. Muchas puertas, y todas cerradas. Sin siquiera un mísero picaporte para probar suerte. Me fui para el otro lado (hacia arriba, a mi izquierda), hasta que rodeé 8 veces el lugar. Así pasaron 15 minutos. 15 solitarios minutos, sintiéndome como una tonta. Cada vez que pasaba frente a cafetería, con sus luces y sus promesas de tecitos calentitos, me entraba una morriña...
Menos cuarto llegó más gente. Una parejita que no sabía si iba para la biblioteca, y un chico que, definitivamente, iba para la biblioteca. Lo esperé y lo abordé:
- Gentil caballero, ¿va usted a la biblioteca?
- Hermosa dama, hacía allí se dirigen mis pasos.
- Oh, ¡mi héroe!, tú podrás guiarme, dado que no he encontrado aún la entrada a la cueva.
- Sígueme, perfecta joven, que juntos lo lograremos.
Así que lo seguí. Mi príncipe azul tenía tanta idea como yo de por donde se entraba. Pero bueno, al menos iba más entretenida, hablando con este muchacho (de Chamberí, que está en primero de derecho y que se viene al culo del mundo a estudiar porque en las bibliotecas del centro hay mucho niñato ruidoso). Los otros dos también estaban probando distintas combinaciones: "¡Ábrete Sésamo!" se escuchaba de cuando en cuando (íbamos al loro, por si Sésamo se abría, pero nada), "¡Alohomora!", "Ábrete, puta puerta", aderezado con unos cuantos golpes y exclamaciones de fastidio.
Poco a poco, las tinieblas de mi mente se fueron disipando, porque me dí cuenta de que estábamos en el SXXI (equis equis palito) y que había algo que se llamaba móvil. Llamo a Tomi (que para eso casi que vive en la UNED, seguro que conocía las palabras mágicas para entrar) y no me lo coge. Llamo a Rubén, quien tiene mucha maña y sabe de tó; no me lo coge. Llamo a Sandra, que, en teoría, estaba de camino junto con Rubén, y me lo coge, pero Rubén se había quedado frito (es muy mañoso, sí, pero muy dormilón también), así que, la respuesta seguía esquivándonos.
En el medio de la lluvia (nos había dado tiempo hasta a que cambiara el tiempo de tanto buscar la "puerta de abajo"), mi cerebro seguía dando chispazos: Manolo, el de la cafetería. Las veces que me había asomado no lo había visto (bueno, vale, la primera vez sí, pero yo, toda superada, no necesitaba que me indicaran donde estaba la puerta de abajo y no había preguntado), pero seguro que era cuestión de tiempo que apareciera. Y así fue. La cafetería tiene unos ventanales enoooooooormes que dan a una especie de patio (amurallado) donde nos sentamos en verano a disfrutar del solecito serrano, así que no era fácil llegar hasta Manolo. Pero nuestra paciencia se vio recompensada porque Manolo, nuestro salvador, nos indicó, con grandes aspavientos "es para allá, para allá". Aaaaaaaah, ¡para allá! ¡Haberlo dicho antes! Y, efectivamente, allá se abrió una puerta. SE ABRIÓ. Cuando pasamos las 80 veces anteriores estaba cerrada (y sin pomo, sin picaporte, sin manilla, sin como lo quieran llamar, para abrirla). Logramos entrar, acreditamos nuestra condición de estudiantes (agotados estudiantes) mostrando el carnet al segurata (que ya podría haber abierto la puta puerta quince minutos antes, digo yo), dejamos nuestras cosas en la biblioteca y el príncipe me dice "creo que nos merecemos un café". No pude estar más de acuerdo, así que la yincana terminó cuando me senté, media hora más tarde y con un completo desconocido, a tomar un café (un té) en la cafetería de Manolo.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

muy buen relato Lu, escribís relindo, ya te lo dije, tendrías que ser escritora o periodista.

Lucía Fernández dijo...

Esa será la próxima carrera, má. Periodismo. Pero antes la van a tener que ofertar en la UNED y eso ya está más complicado.

Talín dijo...

La verdad es que entré en su blog atraído porque entre tus libros favoritos venía 'No sé' que es la novela de un escritor español, Eusebio García Luengo, a quien conocí y del que fui amigo. Pero creo que el 'no sé, que aparece en su perfil, 'no sé', tal vez se refiera a otra cosa... No obstante, desde este rincón de las Españas mis saludos.