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Ahora mismo, Guadarrama, Madrid, Spain

28 de agosto de 2010

Soy Aries

   Jajajajajaa, así rezaba una página de Facebook. Y me llamó la atención, así que me metí a leer.
   Siempre me causan gracia estas cosas. Porque las leo y me siento identificada con muchas. Les copio lo que pone. ¿Me reconocen en alguna cosa en concreto? ¿Creen que erraron mucho?



Cómo es el signo Aries?
El signo Aries es un pionero y como tal va por un camino que nadie ha pisado. No le interesa tanto el destino de ese camino como la dirección que toma. El signo Aries tiene necesidad y capacidad de actuar, pero no porque su acción tenga un sentido concreto. Responde al principio de aportar su energía hacia el exterior, energía primaria, la finalidad de la cual responde a un impulso del ego. Y como responde a un impulso, no tiene gran resistencia o paciencia, pero sí tiene capacidad de lucha y de enfrentamiento con los demás. Es un signo de fuego y cardinal, su decisión es independiente de aquellos que le rodean porque busca dejar clara su identidad.

El signo Aries se siente capaz de empezar algo con acción rápida y valiente, y acabarla por sí mismo. Es genuino, intenta ser él mismo en todo lo que hace, esto le confiere gran fidelidad a sí mismo. En este signo existe la dificultad de adaptarse al otro y la necesidad de enfrentarse para obtener éxitos y conquistas.

El planeta regente de Aries, Marte, le da naturaleza luchadora que a veces le hace sobrepasar la meta y correr hacia el peligro sin preocuparse por las consecuencias.
Expresión negativa y desarrollo del signo Aries

Aries al desear imponer sus deseos no tiene en cuenta a las otras personas. La crisis de transformación se da cuando es rechazado por el tú y se ve obligado a tener en cuenta las necesidades de los demás y considerar su opinión. Entonces, al reconocerlo, puede controlar su naturaleza impulsiva; y, por lo tanto, pensar antes de actuar. La cualidad del signo Aries nos indica todo aquello que necesitamos poseer al comienzo de una acción, de un propósito, de la consecución de algo.

Resumen de las cualidades del signo Aries
Vitalidad, goce de vivir, emprender cosas nuevas, no reflexión sobre lo que hay que hacer, acción rápida y decidida. Pionero. Autoafirmación. Fuertes deseos. Intuición. Atrevido. Espontáneo. Dinámico.

El signo Aries en el trabajo
Este arquetipo necesita poder desplegar su fuerza e iniciativa en cualquier sector de la vida; por lo tanto, en lo laboral necesita autonomía y poder auto realizarse sin barreras. Aunque los retos le van muy bien y lo estimulan para avanzar.

Le cuesta trabajar en equipo, sobre todo si no es él le que lleva la batuta. Pero también es una persona directa y generosa que en todo lo que hace da lo mejor de sí mismo. Puede aportar entusiasmo a cualquier que esté a su lado. Y le va mejor empezar una empresa, otros tendrán que ocuparse de los detalles o de el seguimiento del proyecto.

El signo Aries en las relaciones
A las personas sensibles la forma de relacionarse de este signo les puede hasta asustar. Pero se puede confiar en su forma directa de comportarse. Con el tiempo y los fracasos va aprendiendo a dejar sitio a los demás y sobre todo que las demás personas no son tan impulsivas como él. Para el signo Aries querer es poder y en las relaciones esta forma de comportamiento le suele crear problemas.

Planetas en el signo Aries
Cualquier planeta en Aries toma sus cualidades. Por ejemplo, la Luna, capacidad de contacto y empatía, contactará de forma rápida y directa. Mercurio, comunicación y aprendizaje, hablará rápido y poco detalladamente. Marte, la capacidad de lucha, no tendrá miedo a nada y siempre estará dispuesto a moverse.

27 de agosto de 2010

Una mañana cualquiera

   El despertador interrumpe con su insistente musiquilla, despertándonos a todos los habitantes de mi habitación. 
   La que más rápido reacciona es Michelle. A la par que me estiro para apagarlo, ella salta sobre mi pie y así comenzamos la jornada, ella cazando y yo disfrutando con su juego. Stan suele ponerse a resguardo de tanta actividad, y se tumba a mi lado, con la cabeza apoyada en la otra almohada. Pero su tranquilidad no dura; no puede durar porque según los primeros rayos de sol comienzan a trepar por mis paredes, por mi cama, por mis puzzles, Michelle decide que mi pie es muy aburrido y que se lo pasa mejor acechando a Stan y enzarzándose en una lucha a vida o muerte que acaba con los dos corriendo por toda la casa.
   Hora de levantarse. Ya pasaron entre quince y veinte minutos y el cielo está teñido de rosa en esta época del año. Yo tengo aún las legañas pegadas y Stan está harto de Michelle, así que bajamos a la calle a que nos de el aire. 
   Debe ser que me levanto antes que mis vecinos, porque Guadarrama está silenciosa, vacía de humanos pero llena de naturaleza. Mirlos, estorninos, cigüeñas (ahora no, pero haberlas haylas), milanos, cernícalos, vacas, gallinas... Gatos que nos miran indiferentes, perros con los que Stan quiere jugar o pelear, según sea el caso. A la vuelta del recorrido sí que nos vamos dando cuenta de que existen personas en el pueblo. Personas que se duchan, que se encienden la tele, que se preparan para ir a trabajar, que van con paso corto y apresurado a coger el bus. Pero mi persona favorita de mi paseo matutino es el panadero. O panadera, no lo sé. Cuando el viento es favorable, llega hasta nosotros el olor del pan recién horneado y de los bollos, inundándolo todo e invitando a un abundante desayuno.
   Otras mañanas, como la de hoy, la luna, tozuda en su competencia contra el sol, se mantiene desafiante en el cielo, iluminando con tanta intesidad que es imposible fijar la vista en ella. El resto de estrellas se desvanecen ante el poderío solar, pero ella, elegante y firme, no se deja amedrentar. Sabe que tiene las de perder, pero estoy segura que aún al mediodía, si alzo la cabeza, me la encontraré vigilando y esperando su momento para volver a triunfar.
   Me deleito con todas estas pequeñas cositas mientras sigo a Stan. Él decide si vamos para La Torre, si vamos para abajo o si vamos para el río. Yo me dejo llevar, porque esos minutos no son míos y no tengo derecho sobre ellos. Él lo sabe. Por eso va con ese paso tan decidido. Por eso va tan concentrado en sus cosas, en sus olores, en sus rastros, haciendo caso omiso de mi presencia. Huele acá, huele allá, marca aquel árbol, intenta comerse la comida que una señora le deja a los gatos callejeros (ahí sí que intervengo, que eso no es para él), ladra al señor de la esquina que está fumándose un cigarrillo mientras espera a alguien, se acerca cauteloso al husky y con más entusiasmo a la labrador; se tumba en el suelo, se revuelca en la hierba... Yo creo que a él también le gustan esos paseos. Pero es hora de volver a casa, me tengo que ir al curro. Reclamo el mando. Él, a regañadientes, me lo cede.
   Subimos y nos encontramos a Michelle, que está deseando que me meta en la ducha para meterse conmigo. O, cuando no toca ducha, que me lave los dientes para meterse en la pila y morder ese hilito de agua tan escurridizo. Como yo, se aburre rápido de las cosas, así que se sube a mi hombro para explorar la estantería de las toallas. Ahí la dejo, mientras me acerco a la habitación para coger el móvil y salir pitando. Debe ser que tengo dos gatas negras iguales, porque la Michelle que estaba sobre las toallas dos minutos atrás, está ahora en mi mesa del puzzle. Stan, ajeno a todo esto, está tumbado en la puerta de la cocina, esperando que le dé un queso de Burgos o una lata de atún para desayunar. Lo hago ya en un suspiro, cojo las llaves del coche y bajo corriendo las escaleras.
   La mañana, esa horita que comparto con mis animalejos, es el momento más feliz del día.

25 de agosto de 2010

¡Indecisión!

   ¿Cojo por sorpresa a alguien a estas alturas si digo que soy muy indecisa? No, yo creo que no. 
   La indecisión de hoy viene marcada por los exámenes que empiezan (glups) la semana que viene. Tengo que hacer cuatro exámenes: el viernes 03/09, cotizadísimo con su Física I a las 9:00, Física II a las 16:00 y Tecnología energética a las 16:00. Recursos geológicos es el sábado a las 11:30. Y lo que me genera tantas dudas es la coincidencia de Física II con Tecnología energética. No se pueden hacer dos exámenes a la vez, por lo que existe un día de reserva para estos casos. Sería el jueves 09/09 por la mañana. 
   A veces pienso "Me presento a tecnología el viernes, y así tengo una semana más para estudiar física", pero después, como ya me voy conociendo algo (tampoco mucho, pero algo sí), me enfrento con la triste realidad de mi cansancio. Estoy jartita ya de estudiar, y sé que el sábado (ni el domingo ni el lunes) voy a estudiar nada, entonces me digo "hago física el viernes, así me dejo tecnología, que es de leer y menos complicada, para el jueves". Pero, claro, si no volviera al "hago tecnología el viernes", el círculo no se cerraría y no estaría escribiendo que soy una indecisa.
   Alguno pensará: Hacé (o "haz", depende) primero la que lleves mejor. Error. A estas alturas, estoy en todas más o menos igual. Ya toca el último repaso, así que, no, no me sirve eso para decidir.
   Otro pensará: ¿Todavía no lo tiene claro?!?!?!?!?! ¿Cómo se puede preparar un examen sin saber si te presentás dentro de una semana o de dos? Y con ese coincidiré en parte, porque la verdad es que soy un desastre, ya debería saberlo... ¡Pero es que no me decido!
   ¿Qué haré al final? No lo sé, ¡no lo sé! Creo que no lo voy a saber hasta el fatídico momento en que entre en cortocircuito ante la pregunta de quien entrega los exámenes: ¿Vienes a Física II o a Tecnología energética?

23 de agosto de 2010

Quiero

Quiero que @LuciBuscaCasa consiga su objetivo antes de fin de año.
Quiero aprobar física el 03/09/2010!
Quiero acabar la carrera el curso que viene (para lo que antes tendré que haber cumplido el punto anterior).
Quiero hacer pis, ahora vengo.


Quiero un smartphone.
Y/o un portátil (idealmente, le funcionará también la "e", y no como el que tengo ahora, que lleva sin furular dos semanas, el pobre).
Y/o un camarón de esos que dejan a la gente con la boca abierta.
Y, ya puestas, aprender a sacarle el máximo provecho al smartphone/portátil/camarón.
Quiero dejar de tener el impulso de llamar a la Caqui cada vez que voy llegando a casa.
Quiero demostrarle a Cachito que se equivocaba cuando decía que los grupos de amigos me duran tres años (lo lograré, ya verás).
Quiero vivir metida en un laboratorio, con el delantal blanco que ya soñaba hace 12 años.
Quiero hacer divulgación científica.
Quiero seguir sorprendiéndome con la gente.
Quiero que mis papás y mi hermano se sientan tan orgullosos de mí como lo estoy yo de ellos.
¡Quiero viajar a Noruega! Y ver la aurora boreal y el sol de medianoche.
Ah, y a Islandia también.
Y a Ushuaia, por soñar... 
Quiero aprender euskera.
Quiero perfeccionar el català.
Quiero no perder (aún más) el inglés.
Quiero ver Origen y Toy Story 3. Y Océanos.
Quiero seguir riéndome de tonterías.
Quiero irme a comer, que es lo que voy a hacer ahora mismo.


Esto quiero. Y más, pero que ahora se me olvida o que es demasiado íntimo para colgarlo acá. Y, parafraseando a Fito Páez, yo quiero y con eso basta. Así que, ya iré contando cuando lo vaya consiguiendo.

17 de agosto de 2010

Más que nunca, ¡mi coche hoy es azul LUCÍA!

    Entrada fugaz para compartir que ¡MI COCHE YA ES MÍO!!!
    Cuando Ale se fue a Andalucía después de estar en Madrid unos meses, me quedé sin coche. El Clio era suyo, dado que sus papás habían puesto una entrada importante y llevábamos poco tiempo pagándolo juntos, así que se lo llevó para abajo. Yo estaba encoñada con un C3 (color azul Lucía, como no podía ser de otra manera), así que me lo compré (de segunda mano; bueno, de Km 0, con unos 2000 km en su haber). Y hoy, el glorioso 17 de agosto de 2010, ¡lo terminé de pagar! Me quedaban unos meses para acabar el crédito, pero tiré la casa por la ventana y gasté mis (siempre escasos) ahorros en cancelar el crédito.
    Ahora mismo, estoy libre de deudas. No le debo un céntimo a nadie. ¿Existe acaso algo mejor en el universo?!!?!?!?!!?!?!

De cómo llegué a España

    Sé que llegué a España apenas unos días antes de cumplir 21 años. O sea, el veintipico de marzo de 2001. Me acuerdo que vine con mi papá y con Cris. Y que llegamos a Barcelona, donde mi papá tiene primos; que viajamos a Girona, a casa de otro de sus primos, antes de instalarnos en Dalt Vila, en lo alto del puerto de Ibiza (y fue ahí porque mi papá tiene a su prima Neus).
    También me acuerdo que llevaba año y pico viviendo en Rosario cuando recibí las "órdenes de equipo" que me traían a España. Y que pensé que, dado que mi papá tenía mucha familia en Catalunya, lo más seguro es que acabara rodeada de catalanoparlantes y, por tanto, aprender català era algo fundamental ("Hola, soc la Llúcia. Tinc trenta anys i soc estudiant de ciències ambientals". "Disculpi, Sr. Conill, em podría indicar el camí a l'estació de tren? Moltes gràcies". No sé el affair que tendría nuestra profesora con el Sr. Conill, pero salía siempre). Estuve cuatro o seis meses aprendiendo, más un par que pasé en Témperley con mi familia antes de venirme, así que imagino que sería en 2000 cuando se decidió que yo era la persona idónea para ver, de primera mano, si nos convenía mudarnos a otro hemisferio. Mi papá hacía el viaje de regreso, 50 años después, al Viejo Continente, aunque, por esta vez, durante unas pocas semanas.
    También me acuerdo que, al principio, yo no quería saber nada con venir a España. Si bien mi entusiasmo por lo nuevo, por lo desconocido, por la aventura; mi independencia y culoinquietidad ya eran un rasgo destacado de mi personalidad, yo estaba muy ricamente en Rosario, con mis amigos, con Cris, con mi piso de alquiler (alquiler pagado religiosamente todos los meses por mis papás), con mis estudios de biotecnología... Yo estaba bien así; ¿qué se me había perdido a mí en España? Después de muchas idas y venidas, al fin estaba saliendo con Cristian, y no quería dejarlo. Mi mamá lo entendió a la perfección y me dijo "Preguntale a Cris si se quiere ir con vos; nosotros le pagamos el billete". Cris ni lo dudó. Por eso, también me acuerdo de estar en una de las islas del Paraná con Mauro, tomando sol, y decirle: "En tres meses voy a estar tomando el sol en Ibiza", reconciliada e ilusionada ya con la idea del fly away.
    Pero, por mucho que lo intento, no logro acordarme del momento exacto en que decidimos que yo, con mis casi 21 años, me iba a cruzar medio mundo para terminar viviendo, durante siete meses, en una calita de las Pitiüses, con el novio importado, el perro adoptado y el curro justo debajo de casa. Que yo, con mis casi 21 años, tenía que decidir si España era mejor que Argentina para vivir. Que yo, con mis casi 21 años, iba a presenciar, desde la distancia y casi como si fuera una película en la que yo solo era espectadora, el Corralito, a De la Rúa huyendo de la Casa Rosada en helicóptero, a mis papás y hermano relatándome el miedo que se pasaba por las noches en mi Témperley natal. Que yo, con mis casi 21 años, iba a dejar mi vida acomodada de señorita medio pudiente para llegar a ser lo que soy hoy: una mujer con muchos recursos, independiente hasta rozar el desapego, cabezota e impulsiva en grado extremo, ...
    Estoy a gusto con lo que soy. Así que, no sé cómo fue que terminé en España, pero estoy feliz de que así haya sido.

9 de agosto de 2010

El increíble caso del gato acuático

    En realidad, debería empezar por el principio y el principio fue, sin duda, septiembre del año pasado. Pero no, no voy a empezar por ahí, sino un poco más adelante, porque cómo llegó a ser esa llorona gatita negra nuestra Michelle es para otro post.
    A Micky desde chica le gustó mucho el agua. Me acuerdo las primeras semanas, cuando era imposible poner un vaso en la mesa sin que asomara su cabecita (que todavía le entra en el vaso, dicho sea de paso) y cuando las jarras, botellas y recipientes quedaban vacíos, de tanto que metía sus manitos y las retiraba sorprendida por mojarse. Fregar los platos tampoco era tarea sencilla, porque había que pasarse más tiempo quitándola de la pila que lavando.
    Ahora ya está un poco más tranquila, en cuanto al agua se refiere, dado que sigue estando igual de loca con todo lo demás (en pocos días se le acaba el quilibrismo, porque compramos unas redes protectoras para que no se suba más a la barandilla del balcón), pero aún hay dos cosas que no perdona: jugar con el chorro de agua cuando me lavo los dientes y pegarse a mi pecho en cuanto salgo de la ducha. Es verano, así que no me importa, y hasta me divierte, abrir la mampara y ver la pelotita negra (es diminuta mi Michi. Tiene ya un añito pero sigue igual de delgada y patilarga como cuando la encontramos), estirándose, como diciendo "uf, al fin ésta abrió la ducha" y venir a lanzarse, con un recriminatorio miau, a mis brazos. A mí apenas me da tiempo a envolverme con la toalla y ella se queda mirándolo todo, con sus ojazos amarillos, observando cada gota que me cae del pelo, los últimos estertores de la alcachofa, el desagüe tragándose el agua entre remolinos... Si por ella fuera, no me cabe la menor duda de que se quedaría todo el día en su atalaya, refrescándose y observando. A veces la termino bajando, pero es que me encanta tenerla encima, y postergo ese momento cuanto puedo.
    Me gusta que juegue con el agua, pero ¿no se supone que a los gatos no les gusta el agua?

6 de agosto de 2010

¿Complejos por estudiar en la UNED?

   Ayer me desperté y, como todos los días, me metí en internet. Mi Twitter estaba lleno de retuits de una noticia: La educación 'online' pierde complejos. Y yo, estudiante desde hace años de la UNED (Universidad Nacional de Educación a Distancia) me pregunté: "¿qué complejos?". 
   La universidad no presencial no solo no debería tener complejos, sino que debería sentirse muy orgullosa de sus estudiantes. Hay excepciones, claro, pero la mayoría son currantes que quieren mejorar su formación y, generalmente, lo hacen por una cuestión personal más que laboral o profesional. 
   La calidad de los contenidos, de los planes de estudios, de los profesores y estudiantes que la conforman no tienen nada que envidiarle a las universidades presenciales. Es verdad que se echa de menos el calor y la camadería que existe en cualquier clase, en cualquier cafetería de los claustros habituales. Para nosotros es algo más complicado conocer a compañeros y profesores (y eso en Madrid, ya ni hablar en otros lugares, tales como Málaga, donde estudié un año); pero también es verdad que los lazos que se consiguen en una universidad como la UNED son fuertes y duraderos porque, justamente por aquello de sentirse tan solo, cuando encontramos a alguien de nuestra carrera, cuando tenemos la suerte de cruzarnos con personas, mayores y menores que nosotros mismos, con las mismas inquietudes y los mismos desafíos, no los dejamos ir muy fácilmente.
   Yo solo estudié dos años en universidades presenciales. Fue en la Universidad de Buenos Aires un año, haciendo el CBC, allá por 1998, y no tengo ni el teléfono ni el email (ni el recuerdo) de un solo compañero o profesor. Después hice un año en la Universidad de Rosario, el primer curso de la licenciatura en biotecnología. De esta etapa sí tengo recuerdos, conocidos y amigos con quienes trato más o menos habitualmente. Imagino que es lógico, pero es en la UNED donde encontré más personas afines. Como digo, soy estudiante desde hace años de la UNED, y en estos cinco años he conocido gente maravillosa, profesional como la copa de un pino, y cercana como la que más. Y hablo de compañeros, profesores, tutores, coordinadores, vicedecanos... Así que, complejos por las relaciones sociales y personales, no puede ser.
   ¿Complejo entonces tal vez por la calidad de la enseñanza? Vale, soy imparcial, pero creo que el haberse sacado una carrera a distancia (u 'online') implica una voluntad, una organización y una perseverancia que no admite ningún tipo de complejos. Quien estudia a distancia tiene un interés real en esa formación, no me imagino a alguien estudiando a distancia porque sus papás lo obligan. Y eso debe ser un valor añadido que ofrece la universidad no presencial.
   Por eso yo, estudiante desde hace años de la UNED me sigo preguntando: "¿qué complejos?".